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Guonderlan

Chicos R.D

Los veo mucho en mis sueños.

Hoy  conocí la casa en donde van a vivir juntos en  un tiempo, cuando el más chico  esté del todo  bien. Los colores eran hermosos, tan distintos de una habitación a otra. Y los rincones estaban llenos de amor y furia.

El amor está a la vuelta de la esquina, o de uno mismo. Ahí, en ese ámbito de luz, somos el centro y la periferia. Giramos alrededor de nuestro deseo, y él nos transforma.

Dejar crecer el pelo significará, entonces, dejarnos ser en ese cambio que empezó justo en el momento en que nos rapamos.

La necesidad de estar bien, y a veces sin saber que es eso, tan sólo estar de manera diferente a la que estamos, por la neofilia que padecemos, es  no detenerse.

 Y a veces hay que detenerse en el cruce del río, dejarse llevar por la corriente, y cuando por fin  estemos del otro lado (por el esfuerzo propio o el empuje del agua) la orilla será la sorpresa y lo nuevo.

El frío  no duele este invierno  como ha dolido otros. Estamos  anestesiados por el calor que viene del centro: de la tierra, de nosotros, del infierno y del amor.  Y el amor salva. El arte  también salva, hecho música, o  movimiento. El escenario salva. Entonces, sabiendo eso,  ni hay que  recordar que estamos salvados.

Lo  que más duele  es esa impotencia a la que  nos somete el tiempo de espera. Lo más difícil de ejercitar es la paciencia.

Pero el camino está ahí, marcado en el fondo de la arena de este desierto. Habrá  que ser un viento fuerte y barrer hasta abajo, hasta encontrar la huella. O apelar a nuestro instinto y empezar a caminar, inventando  el sendero.

El otro extremo del exceso es la quietud. El no-hacer es extremo también.

Y  en este momento de paz y movimiento  hay que permanecer todo lo que el cuerpo o el alma pidan.

Nos veremos alguna vez.

Ni se imaginan lo  bien que me han hecho y lo que los quiero.

Gracias.

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