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Guonderlan

Tour turístico

Transformaciones necesarias

Esto se tiene que transformar en una buena historia , alguna vez
Esta cosa nació con toda la intención de sacar afuera las percepciones del barrio, pero no pasa naranja.
Vamos a ver cómo corno hago para que las cosas que cuento acá se hagan narración, y eventualmente, película
Ayuden, che

Guonderlan

A veces veo a Guonderlan como ese sitio exacto en el que por primera vez nos besamos. Todo, en absoluto, se tiñe de un modo especial. Y aunque sea oficialmente de día, de repente todo se oscurece hacia tu color.

De vuelta

Cambiando de barrio, pero siempre en el mismo, me da casi miedo venir a verte(porque, al fin y al cabo, creo que volví para eso)
Pero es hora de desarmar las valijas y ver que traje adentro.
Quizás encuentre hasta cosas mías

Rompiendo estructuras

Quise huir del barrio, pero algo me lo impidió.
Estuve a punto de patearte en cada cartílago. En realidad, te lo merecías.
Pero yo también merecía cosas. Por eso no lo hice
Y entonces me contuve las manos y los ojos y las palabras. Y rompí lo hecho, desparramando las piezas de lo que mal había construído.
Me quedé congelada unos segundos, y no de frío, sino de desconcierto.
Y después de respirar un rato , para no perder la costumbre, me dediqué a mirar las cosas desde lejos. Me setí un gigante mirando el pueblo destruído.
Y con mis manos, tan pequeñas y efectivas, me puse a reconstruir las cosas.
Pero esta vez, jugando mejor.
Mejor dicho, jugando.

Recorrido nocturno

De noche, el aire se espesa. Tanto, que se puede bucear en él, con el equipo apropiado.
Las casas tiene dos pisos, y balcones con geranios .
Y todo se compra y se vende con pesos uruguayos.
El almacenero de la esquina, vende chupetines rosados y verdes, y te da de yapa Palos de Indio, unos caramelos largos y ácidos.
Sigue sin haber autos en las calles, y los gato se adueñan de cada rincón.
No sé si hay luna esta noche. Pero algo brilla en mí.

Puertas que se abren y se cierran

La puerta que me llevaba al mar se cerró. Por más que busco, no la encuentro. Y el barrio volvió a ser casi el mismo de siempre, solitario y perdido en el medio de la inmensidad pampeana.
Pero no es igual, algo cambió. Hay caracolitos en el borde de algunas veredas, y todavía sale arena de mis ropas todas las noches.
Lejos del mar, aún siento su perfume en la piel. El viento que creo que viene de allá me trae un recuerdo extraño, como de frío dulce, en medio de este excesivo y desubicado calor de otoño.
Es muy complicado no saber adónde está viviendo una. Porque las confusiones pueden ser tremendas. Las calles, a pesar de tener siempre los mismos nombres, se ven diferentes. Y ya no tiene que ver con los colores y texturas, ni siquiera con los olores que las adornan, sino con algo nuevo en mí. No es esa sensación de lente roto, de imagen quebrada, que a veces nos envuelve. Pero tiene que ver con otro mirar.
Tomo distancia de las cosas con las manos, como cuando formaba fila en la escuela primaria, y miro con un solo ojo, y giro sobre mí misma, pero no logro darme cuenta.
Ato fuertemente los tres hilos que me pertenecen, pero son tan etéreos que se deslizan y escapan, o se deshacen antes o después del nudo.
Todas las letras que encuentro en los hombres forman las iniciales de su nombre, del de la exiliada por propia voluntad, de la única viajera como la gente que dio el barrio.
Debo centrarme, pero no sé cómo.
Mi cabeza da vueltas y vueltas, pero a mí siempre me gustó andar en calesita.