Blogia
Guonderlan

Íconos, signos y símbolos

Íconos, signos y símbolos

Me encantaban las claves secretas.

Me había entusiasmado con las novelas y cuentos  de espías, detectives y aventuras.

Ya había dejado un poco atrás la idea de ser superhéroe. Se me complicaba el temita ese de la adquisición de superpoderes o el haber nacido  en el mismo planeta en el que crecí.

Pero no podía resistirme al misterio y a los códigos. Por eso los espías, los detectives, los aventureros y toda su parafernalia me atraían tanto.

Ari y Gaby tenían unos libros sobre el tema. Mi primo, que era scout, me había prestado  su manual de supervivencia ( Ser scout me llamaba mucho la atención, pero había que ir a misa y usar esa pollera-pantalón color caca con zapatos de la escuela. Eso iba en contra de mí misma)

Ya había visto las dos  películas de Indiana Jones. Y el joven Sherlock Holmes.

Con las chicas jugábamos cestoball, escuchábamos a los Beatles, leíamos mucho y yo escribía bastante. Las historias de La escuela del fin del mundo y El gran robo en el lejano oeste se me ocurrieron por esa época.

Usaba vaquero y trenzas y  cordones de zapatillas con estrellas y corazones. Andaba en una bici roja y tenía un diario onírico.

Me gustaba Adrián. Después Pato, que  ya me había gustado antes. Después Gustavo. Después Adrián de nuevo.

Tenía un novio de 15 años que se llamaba Hugo, hacía ninjutsu y era en parte japonés. Obviamente era imaginario.

Creía en rituales mágicos propios, que creaba hasta en los mínimos detalles y después olvidaba.

Vivía en mi cabeza la mitad del tiempo.

Me gustaba ir a Quilmes a hacer lo de siempre: Escuchar tangos e historias de Titina, caminar kilómetros con Lili o el Abu mirando todas las vidrieras de zapatos, imaginarme el río cuando todos los demás eran tan  jóvenes jugar a la señora Mangasverdes a la hora de la siesta, revolver los alhajeros y la puertita de las telas en busca de tesoros que alguna vez serían míos y nunca lo fueron, rezongar cada vez que  me  mandaban al almacén de Lito a comprar algo, esperar el 300 o el 324 para ir a Rivadavia…

No saber qué hacer y disimularlo.

Con Mechi habíamos cambiado  el correr por el patio  por los pinipons en el cuarto y  el álbum de figus por las muñecas articuladas (No, no eran  barbies).Y volvimos a cambiar por  el diseño de ropa en blocs hechos con hojas inservibles que nos traía su papá del Ministerio de asuntos agrarios.

Seguía cosiendo muñecas de tela hechas con medias huérfanas, aunque hacía más de un año que menstruaba y ya usaba corpiño 90.

Creía que el punto más alto del amor lo lograbas al dormir  en el mismo lugar con la persona que amabas. Si el sueño era compartido, el amor era eterno.

Había pegado el estirón y los huesos me dolía a veces, pero  más me dolían las estrías.

Era flaca y larga, a pesar del talle 90.

Buscaba señales casi fetichistas en objetos, marcas, huellas que me develaran misterios. Revisaba los cajones y los rincones con pasión.

A veces iba a lo de Ariel y nos quedábamos toda la tarde leyendo, sin hablarnos, cada uno en su rincón. Queríamos saber más. Tenía que haber una explicación para cada cosa.

Ya hacía tiempo que nos reíamos  con Les Luthiers y  que cantábamos a Charly, León, Zupay  y los demás.

Mirábamos Vivitos y coleando en  la tele. O Polenta. Y los dibus, siempre los dibus.

Ari ya tenía la commodore y yo todavía no le encontraba la gracia. Pero era mi orgullo decir que mi mejor amigo  sabía de compus.

Y todo esto iba a mi fascinación por las claves secretas.

Un día, en el salón de matemáticas y naturales, encontré un papelito tirado con toda una clave: signos y su significado.

No parecía un gran desafío. Aparecían cosas así todas las semanas en  la Billiken. Pero en esta había algo…

Se la mostré a las chicas y todas la copiamos. Durante  un par de años la usamos para dejarnos mensajes  de todo tipo, sobre todo durante la fiebre por los Hollister, Nancy Drew, Los Hardy boys y  Sherlock Holmes.

En mí, La Clave evolucionó. Empezó a tener reglas gramaticales más complejas. Algunas letras mutaron, o se duplicaron y triplicaron en su forma.

También aparecieron reglas de puntuación y  construcciones idiomáticas.

Las cosas empezaron a pasar.

Pasaron las modas: Jazzy Mel dejó de ser un éxito, todo el mundo se dejó el pelo largo, fuimos a todos los cumples de 15 y Chakers dejó paso a Wana.

Fuimos a Bariloche. Me enamoré un par de veces, siempre de guitarristas.

Dejé el cestoball.

Ale se murió sin avisar.

Y  la mitad de la década me encontró en La Plata. Sin Ari ni Gaby. Sin las chicas. Sin Mechi. Ni mamá, papá y hermanito en casa.

Empezaba a estudiar cine, y todo parecía demasiado nuevo.

Ya no tenía bici. Mi corpiño era 95. El pelo  me llegaba casi hasta la cintura. Seguía usando vaqueros y trenzas.

La clave  había viajado conmigo.

La usé tanto…incluso para ayudarme a estudiar.

Mis sucesivos novios, esta vez reales, nunca la quisieron aprender. Un abismo de incomunicación nos encerraba.

Siguió pasando todo.

Los novios, los festivales de cine, las casa, los cortes de pelo, los talles de mi corpiño.

Y todo cambió tanto…

Pero sigo buscando señales. Espero encontrar la baldosa floja que esconde la caja con el secreto. Mirándole los zapatos y los lunares a la gente, trato de saber de dónde viene y adónde va.

Las estrías ya no duelen tanto. El corpiño es 105.

Pido 3 deseos a la primera estrella de la noche, y sigo creyendo  que compartir sueños es la mejor forma del amor.

Hace casi dos años que no voy a Quilmes, pero me  sigo cantando los  tangos y las historias de Titina, y busco  en las vidrieras todos los zapatos que el Abu o Lili no me van a regalar jamás.

Ari y Gaby están en Israel. La flaca, en el Caribe, y al igual que Luciana, Carola, Julieta y  Marisel, está casada.

Mechi tiene dos hijos que ni conozco.

Mi  mamá, mi papá y  mi hermano viven en tres casa diferentes.

Hace años que no uso jeans y mi último corte de pelo es tan corto que no me permite las trenzas.

Ah..y La Clave….

La Clave me permite dejarte mensajes en las paredes del barrio, en los boletos de colectivo, en las servilletas del bar, en cuadernos que no vas a leer.

Y ando por ahí, escribiendo y deseando.

Deseando que un día tengas ganas y la decodifiques.

 

3 comentarios

Néstor -

¡Gracias, María, por este escrito!

Aunque no nos conocemos y estamos en distintas partes del continente, me hiciste recordar muchas cosas de aquellos tiempos de mi infancia y juventud.

Un afectuoso saludo,
Néstor.

mechi -

q bueno enontrarte/encontrarnos despues de tanto tiempo...
despues de tantos juegos,
y risas
y libros
aun cuando no sepamos siquiera
si volveremos a vernos...

besos y abrazos,

Mechi

bustelo -

-¿Por qué parte de mi asombro empiezo? -Me pregunta de algún modo la boca abierta que me dejaste con tu historia.
Sin una palabra de más y en doscientas líneas escribiste la Biblia.
-¿Y todavía me creo escritor? -me pregunta, agazapado al lado del tuyo, lo que me queda de intelecto.
¿Viste que las cosas se van agotando mientras atraviesan el Tiempo, María? Bueno, vuelvo a leer estas cosas después de mucho y encuentro que este blog está intacto en su calidad, en el gusto que provoca leerlo. Se podría decir que el Tiempo no lo dejó pasar, que se quedó en la puerta. Y en la puerta es joven y se caga de la risa.

Un abrazo,


Matías.