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Guonderlan

Tené cuidado con lo que deseas...

Las  historias  han sido escritas tantas veces, el pizarrón se ha borrado tanto, que ya perdió su color oscuro original.

Ahora es gris tiza.

Y la  única forma de marcar algo en el es mojándose el dedo y anotar así, con saliva, con huellas digitales.

Saco la lengua y mojo mi  dedo índice derecho… 

 

 

La mansión ya estaba  condenada.

Sin luz eléctrica ni habitantes.

Nos encontramos ahí porque, a pesar del abandono, seguía siendo el punto de encuentro o refugio para situaciones  como estas y personas como  nosotros.

Ya me habías advertido sobre asuntos pendientes.  Y yo, en el colmo de la discreción,  apenas  había pronunciado  mi escote.

Ese domingo  la remera  que debio pertenecer a mi hermano era un muro  gaudiano entre  las pieles de cada uno.

Como un obsequio antropomórfico de una navidad anticipada, estabas casi sentado en  lo que alguna vez se usó de sillón.

Todo  fue una charla, un repaso de imágenes.

Te fuiste  yendo, diciendo lo de siempre, en  el mismo tono.

Y al  borde de la escalera  tuve que agarrarte de la nuca. Era demasiado tiempo de espera, y  la casa así no  me iba a dejar esperar más.

Pero te ibas. Y amagamos escondernos en lo oscuro, aunque afuera  todavía quedaba un resto de sol.

Te ibas, te tenías que ir.

El pasillo ese de la derecha  fue el borde del  negativo de mi forma.

Te fuiste.

Y cuando  quince minutos más tarde oí  la escalera  anunciandote, sonreí en la cama.

La luz que quedaba era la de las velas en el baño.

Cuando el sudor ya era certeza, supe que las ansias venían desde un lugar extraño  en mi tiempo  y en el tuyo.

Imágenes del club de caza y pesca en la semana de la primavera, el pelo largo, un recital, la lectura de un cuento, mis jeans  gastados, tu  voz  tangible...

Hacía  apenas  un par de días que Kurt Cobain  no existía, y uno de los tuyos tenía una remera de Nirvana.

De vuelta al tiempo de lo real, te  dije que yo también, que desde  el siglo pasado estaba enroscada en esa esfera de hambre.

No se si eso es del todo real. Pero  no es irreal para nada.

Después de todo nos reímos, mucho. Hiciste bromas sobre el café inexistente.

Me peiné frente al espejo en la oscuridad.

A la altura de atarse los cordones de la zapatilla derecha, te acercaste y me besaste. Me tomaste  el mentón con  las  manos, giraste mi cara, te agachaste y me besaste.

Al borde de la escalera,  nos abrazamos para siempre.

 

Hoy te crucé por la calle. Y ya no eras el mismo.

Yo tampoco.

1 comentario

Capitan -

Tremendo.
Hermoso.

No se puede decir mas. Es tremendo.

Pucha...pero es hermoso tambien.